Marcos y Gonzalo. Una historia que los hermana
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*Por Sebastián Giménez. Escritor. Autor del libro “Veinte Relatos Cuervos”.
Los periodistas lo buscaron luego de vestir por última vez los colores que defendió desde el fútbol infantil. Indagaron sobre sensaciones acerca de su transferencia al fútbol holandés. Que deja San Lorenzo, ese club que describía como su casa. Él atinó a decir que le cayó todo después del partido. Avisó que no iba a poder hablar, y lo invadieron las lágrimas y la emoción. Con 22 años, todo el futuro por delante tiene Marcos Senesi. Se fue a fines de agosto del 2019, después de dejar junto a sus compañeros al equipo transitoriamente puntero.
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En una posición a veces ingrata. Parecida a la del arquero, que como describió Eduardo Galeano en el excelente libro “El Fútbol a Sol y Sombra”, si se equivoca es gol. Todos recordarán que no salió bien, que se le resbaló la pelota, que hizo el sapo describía el escritor uruguayo. Otros jugadores transitan el medio campo o la delantera, y sus errores no tienen el mismo desenlace dramático. A Marcos le pasó algunas veces, claro. Cuando rechazó y le dio en la espalda a Bou vs Racing, cuando quiso tirar un caño sobre un lateral en la Copa Argentina. Y esos errores no echan mella a su calidad y enorme futuro como jugador. Además, no era responsabilidad suya que en ese último equipo de Biaggio o en el ciclo de Almirón, un gol significara la sentencia definitiva del partido ante la anemia ofensiva del equipo. Que el fútbol es un trabajo de a once sin dudas. Recuerdo en el 2014, cuando en una conferencia de prensa, un periodista le deslizó al Patón Bauza de que el colombiano Carlos Valdez había estado lento en algunos cruces. El Patón contestó, seco, de que él se quedaba con las muchas que había sacado. Es muy difícil defender en retroceso, para mí jugó bien, cortó en seco al periodista Bauza. Le iban a hablar a él, que fue zaguero central y conoce la posición mejor que nadie.
Además de los cruces salvadores, de las innumerables pelotas que sacó por arriba y por abajo, es un jugador con buen pie Marcos Senesi. Tiene una gran lectura del juego y no le da miedo agarrar la lanza y avanzar hasta la mitad o tres cuartos para dar un pase en cortada. Si a veces la revienta como cualquier zaguero, en otras ocasiones, si ve la posibilidad de jugar la pone bajo la suela y te puede conducir al equipo. Tanto que algunos hinchas a veces pedían que lo pusieran de cinco. De seis, de cinco pero siempre dentro del equipo Marcos Senesi. Dentro de San Lorenzo, como desde hace tantos años. Si el Comandante de la defensa es Fabricio Coloccini, Marcos fue hasta su último partido el Subcomandante. El Subcomandante Marcos. Se lo va a extrañar ahora que inicia su carrera europea, a la que se augura el mayor de los éxitos.
Voy a tomar ahora en este escrito la historia de otro jugador contemporáneo y que encarna otro momento de su historia vital y de su carrera deportiva, el retiro con la camiseta azulgrana. Y hablo de Gonzalo Rodríguez, zaguero también, que decidió ponerle punto final a su carrera durante esta cuarentena eterna decretada para resguardarse del enemigo invisible del coronavirus. Defendió la camiseta del ciclón desde las infantiles hasta integrar el equipo que lo llevó a la consagración Sudamericana en 2002. Carrera espectacular en Europa, donde se destacó en el Villarreal de España y en la Fiorentina de Italia. Una lesión lo dejó afuera de representar a la selección nacional en el que probablemente podía haber sido su Mundial, el del 2006.
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¿Qué media entre las actualidades dispares de uno y de otro? Trece años de vida, el tiempo que corre entre irse a Europa y volver, porque se me ocurre que hasta Gonzalo y Marcos pueden llegar a hacer parecidas carreras, con la diferencia de estar recorriendo, en el 2020, otra etapa de su ciclo vital.
Una historia que se abre y otra que se cierra, pero con el gusto de haberse ido del fútbol con las botas puestas y el uniforme que siempre le gustó vestir a flor de piel, la camiseta azulgrana. Si hasta mi cuñado me recordó una vez que había pateado junto a él cuando eran purretes, mientras las hermanas de ambos jugaban al hockey en la ciudad deportiva.
Volvió en el 2017 y tal vez no se asentó, vaya uno a saber por qué. Porque le faltó continuidad, que confiaran un poco más en él, o porque no tuvo suerte. O porque sus compañeros andaban mejor o porque había pibes que venían asomando, como Marcos. Que siempre cuando promovés a un pibe es porque dejás afuera a un jugador maduro, que a veces el fútbol es la licuadora que no se detiene a pensar en méritos, en el pasado de gloria, sino en la urgencia de ganar el fin de semana y nada más.
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No se fue campeón, pero me quedo con el golazo de cabeza que le metió al Bicho cuando no le ganábamos a nadie. O con la dignidad con que supo aguantar en el partido fatídico de Córdoba, en que pareció romperse hasta la unidad del plantel y él, calladito, cruzó varios contraataques evitando que la catástrofe fuera todavía mayor. La peleó hasta el final, recreando esa poesía de Almafuerte que dice: no te des por vencido ni aún vencido.
Mereció irse con una cálida ovación de los cuatro costados de la cancha y no por una charla de Zoom, Meet y el cotorreo de las redes sociales. Con un Gonzaaalooo Gonzaaalooo bajando de la popular y la platea y yéndose reemplazado a los quince del primer tiempo para que todos lo reconocieran y él levantara un brazo agradeciendo el saludo. No pudo ser porque estamos atravesando un tiempo excepcional, en que todo se ve interpelado y conmovido hasta en los cimientos. Pero pasan los años, pasan los jugadores, queda San Lorenzo. El club al que fueron de pibes Marcos y Gonzalo, y al que le dieron varios años de su vida. Desde antes que los flashes los enfocaran, una historia de amor a San Lorenzo que los hermana.
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