Las segundas partes nunca fueron buenas
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*Por Sebastián Giménez. Escritor. Autor de los libros “Veinte relatos cuervos” y “Cuarentena de relatos cuervos”.
La frase con la que titulo este artículo suele hacer referencia a la segunda parte de películas célebres, que uno siente que no alcanzan el mismo resultado que las originales. Lo mismo le pasa a San Lorenzo en la Copa Diego Armando Maradona. Una primera fase del campeonato casi impecable, con un solo gol en contra y tres triunfos al hilo que aseguraron la pronta clasificación. La segunda parte del campeonato en cambio lo tiene con cuatro goles en contra en dos juegos, un punto de seis y ya en la cornisa de decir, como cuando no ligás en la generala: tachame la final. Pero no es una mera cuestión de azar, a la suerte hay que saber ayudarla.
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Primer tiempo aceptable, con el equipo intentando atacar, armar algo de juego. Una asistencia bárbara de Ángel para el tiro rasante de Pittón, que me hizo acordar al primer golazo del Látigo Peirone a Boca en el 2016. Se mandó bien al ataque Salazar y la definió Bruno, de lateral a lateral. La defensa un poco más sólida, el medio sosteniendo el partido y en el ataque Ángel aguantaba todo casi solo porque Di Santo como mucho distrae alguna marca. Pasan los partidos y se ve que ese es su ritmo. Le costó definir una linda contra a Ramírez, un hombre eléctrico pero que a veces se atolondra un poco para resolver.
Soso no hizo cambios hasta los 30 del segundo tiempo, aunque se veía desde hacía un buen rato que la etapa complementaria no traía la misma solidez que la primera. De tanto ir el cántaro a la fuente, al final se rompió. Y, si las segundas partes nunca fueron buenas, el desempeño de San Lorenzo en ese lapso del partido fue directamente espantoso. Y llegó el empate con Morelo arrastrando la marca desde tres cuartos de cancha, no llegó el flaco Donatti a cruzarlo y el tiro se incrustó en la ratonera de Monetti, que antes le había sacado espectacularmente un cabezazo anulado. Es que lo veíamos más a Monetti que al arquero sabalero.
Se veía venir, y el problema no era sólo el viento que movía la pelota cuando los jugadores querían hacer un tiro libre. Cada uno que la llevaba de San Lorenzo, se tenía que arreglar prácticamente como pudiera. Así hizo Ángel, que hizo dos caños sobre la derecha mientras Di Santo estaba recorriendo de modo taciturno el otro extremo de la cancha. No había receptores, que se escondían o los tragó la ventolera, vaya uno a saber. Yo pensé que pasaba sólo en el ataque lánguido del segundo tiempo, y esa soledad obligó a Ángel y a Ramírez a disparar de media distancia perdiendo ocasiones que pudieron haber sido provechosas. Pero también pasó en la defensa y ni que hablar en la mitad de cancha, donde cada azulgrana aparecía librado a su destino, el equipo deshilachado, partido. Parecía que nos habían expulsado de cuatro o cinco tipos, no había circulación ni mínima tenencia de la pelota, ni siquiera toques taciturnos entre los centrales.
Un segundo tiempo espantoso, coronado con la estupenda pegada del Pulga Rodríguez que clavó su misil en el ángulo superior izquierdo de Monetti. Colón hacía un partido normal, disciplinado, ordenado. San Lorenzo había pasado del rendimiento aceptable a eso, casi indescriptible de lo pésimo que era.
Adentro los pibes, cuando ya no nos salvaba ni Mandraque. Debía atacar San Lorenzo con todo pero nadie pedía la pelota, no había opciones de pase en derredor del área de Colón, juego asociado para al menos llevarla a tres cuartos. No era que sólo faltara profundidad, el estiletazo, el pase entre líneas, faltaba todo, absolutamente todo. Ni siquiera la defensa cuando salía jugando tenía opciones de pase. Corriendo el equipo en una cinta de velocidad que te desgasta pero te deja en el mismo lugar. Que pateás alto la pelota y el viento la frena y la baja. Ni siquiera los centros eran peligrosos, porque eran llovidos, frontales, anunciados. Pasó el tiempo reglamentario y el árbitro dio unos minutitos más, pero ya no nos importaba porque daba la sensación de que podía adicionar cuatro horas y no íbamos siquiera a llevarla hasta la mitad, tres cuartos de cancha de forma más o menos coherente.
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Entonces, tumulto en el área, mano del defensor. Penal, gol de Oscar, que si no lo hace un Romero no vale. Un punto para estirar un poco la agonía, o alargar la esperanza que se hizo muy ténue, lo contrario al viento embravecido que fue el equipo en la primera parte del torneo. La sensación es que San Lorenzo mereció perder el partido ampliamente por lo hecho en el complemento, más por la pálida imagen propia que por el desempeño de Colón.
Un punto de seis. Lejos en el juego, en la tabla, sin margen de error. Casi sin darse cuenta el DT, ensayando modificaciones recién luego del minuto 75, cuando era demasiado tarde y se nos había pasado el cuarto de hora. No pudiendo anticiparse al destino. El fútbol y sus carambolas le dieron otra oportunidad, que San Lorenzo no mereció. Pero el fútbol se ríe de los merecimientos, como todos sabemos.
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