Caer, para volver a levantarse
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*Por Sebastián Giménez. Escritor. Autor del libro “Veinte Relatos Cuervos”.
Miren que es difícil jugar parejito y mal en todas las líneas. Y así fue, ayer contra Boca en el Bidegain. Que los cuervos copamos para ver al equipo recuperar la punta del torneo y nos fuimos un poco desilusionados y también conmovidos por el canto de la gloriosa en el epílogo, entonando de que ya pasaron cien años que nace este sentimiento. Quisieron privatizarte pero yo a vos no te vendo. Que no nos hace mella un partido sea quien sea el rival, y pase lo que pase en la cancha.
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Pero estuvo parejito el equipo. Que siempre te pueden hacer un gol, y dos también, que esto es fútbol. Pero lo que molesta es cuando el gol es resultado de la propia impericia y el devenir lógico de desconcentraciones de la última línea y el arquero. El rival te puede meter un gol por una gran combinación, por un zapatazo de cuarenta metros que se incrustó en el ángulo, por una desgracia individual de un jugador. Pero lo que pasó ayer fue la repetición de una misma jugada tres veces, y en la tercera fue gol, claro. Primero, gol anulado en posición dudosa y que fue la remake exacta del segundo gol de Colón en la fecha pasada. Segundo, una jugada tras un centro que dio en el palo, con el arquero totalmente desorientado y que de casualidad no terminó en el fondo del arco. Tercero, el gol, un córner que nos cabecean en el área chica. En el área chica, punto final. Tropezar tres, cuatro veces con la misma piedra. No es que Boca dominaba y nos cascoteaba el rancho, tiró dos, tres centros al área. Siempre recuerdan los campeones mundiales del 86 cómo el Narigón Bilardo los puteaba mientras daban la vuelta olímpica porque les habían cabeceado dos veces en el área y en dos oportunidades. Pero claro, aquél equipo adelante era otra cosa. Maradona, Burruchaga, Valdano.
San Lorenzo, en cambio, ayer jugó mal en todas las líneas. Cunado atacaba, parecía avanzar con el freno de mano puesto, en cancha poceada, sin ninguna fluidez. Con actitud de ir al choque pero sin imaginación para pedirla ni dinámica para desmarcarse. A la carga Barracas, sin ideas. Menossi la tomaba en la mitad y los potenciales receptores parecían esconderse, no había opciones de pase. Y caer en el pelotazo largo entonces, todo muy difícil. Los hermanos Romero, lo mejorcito, algún pequeño oasis intermitente. San Lorenzo jugó como para merecer perder contra el Boca de Alfaro, que juega como cuando dirigía a Arsenal pero con mejores intérpretes. Uno se va con la sensación de que lo perdimos por ser muy verdes, muy inocentes en jugadas de pelota detenida y por ser también muy poco agresivos arriba. El tiempo pasó, la desesperación cundió y nos metieron el segundo gol de contraataque. De manual, casi. No hay nada más insoportable que cuando el fútbol se vuelve anunciado, de librito y no tenés la rebeldía de gambetear ese destino anunciado. Ojalá este cachetazo sirva mara madurar a un equipo que se está armando a los ponchazos, con mejor plantel que en el campeonato anterior.
Me quedo, sin embargo, con dos jugadas en esta tarde aciaga. Cachila Arias debutó bastante promisoriamente, y en una acción salió a cortar vehementemente contra un mediocampista de Boca al que dejó con pocas ganas de volver a encararlo. No fue foul, fue una trabada con la que se llevó la pelota y algo más simplemente. Rigor, que le dicen. Con Colocha al lado, tal vez encontremos una defensa más firme.
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La otra jugada con la que me quedo es la del último minuto, el 94, con el 0-2 cristalizado. Boca se lanzó al contaataque buscando el tercero, y Tévez encaró hacia el arco. Entonces, cruzó a toda velocidad el Perrito Barrios, con una dignidad que me dejó la piel de cuervo. Varios lo sintieron así, por el grito aprobatorio que bajó de la tribuna. Mientras otros compañeros ya no volvían, el pibe se puso el overol para salvar los trapos, el honor, que no quede mancillada la azulgrana. No sé si es desequilibrante, el pibe a veces se apura tirando un bochazo frontal a las manos del arquero rival, como ayer. Pero también le puso la pelota en la cabeza a Oscar Romero, en una de las mejores que tuvimos. Pero nunca te deja a pata en la entrega y en intentar, como también pasó en el San Lorenzo de Almirón. Pedirla, tirar la gambeta, no resignarse a la derrota. A veces le salen bien y otras mal a Barrios, tan chiquito y tan grande en ánimo.
Habrá que darle más rodaje, en un equipo a veces ciclotímico y que no termina de encontrar el juego. No se dio por vencido ni aún vencido, como la máxima de Almafuerte. Es por ahí. Esa sentencia que es tan gráfica y representativa de la historia misma de San Lorenzo. Levantarse, caer. Para volver a levantarse, siempre.
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